viernes, 14 de septiembre de 2007

La importancia de no llamarse Juan.

No me gusta que me llamen Juan.

Es que es tonto. Me llamo Juan. Es decir, Juan es mi primer nombre. En serio, aparece en mi cédula y pasaporte. Juan Miguel Fernández de Larrea Rodríguez, dice ahí. Mi partida de nacimiento lo dice también.

Además, es que me presento como Juan. Desde hace años ya, extiendo la mano, de manera vertical, (para los hombres), o horizontal, (para las mujeres), y digo "Mucho gusto, Juan", o "Un placer, Juan". Aunque para ser sincero, a veces, cuando lo pienso detenidamente, digo "Juan Miguel", mi nombre completo. Pero, incluso entonces, lo primero que digo es "Juan", ¿no?.

Eso hace "Juan" mi nombre de pila. La gente tiende a dirigirse a los demás usando su nombre de pila, no su nombre completo. La vida no es una novela, las personas simplemente no van a caer en la trampa de soap opera latinoamericana de llamarte por tu nombre completo, con eso de "Juan Miguel", que parece tan propio de culebrón mexicano. Es que el nombre completo parece ser una prerrogativa de tu mamá cuando te regaña.

Y aquí llegamos al punto donde reside la razón de que no me guste que me llamen Juan. Mi familia toda mi vida me dijo "Miguel", y la verdad, poco a poco me acostumbré y me terminó gustando más que me dijeran Miguel, porque suena mejor, porque es más musical y porque no tiene cuatro letras. Ahora, si quieren preguntar por qué me pusieron "Juan Miguel", con el Juan de primero, y no "Miguel" a secas, "Miguel Angel", "Miguel Manuel", "Miguel José",(Miguel Juan obviamente no por lo mal que suena) si igual planeaban decirme Miguel toda la vida, pues no sé, la verdad no tengo la respuesta.

Y vamos a los apodos. Mi aborrecido Juan ha generado (o degenerado en) cientos de formas a través de los años. Juancho, Juancito, Juano, Juanchope, Juancín, Juanito, Juancillo, para nombrar sólo algunos. En cuanto a mi querido y nunca bien ponderado Miguel, nada más ha generado el cariñoso "Miguelacho", de mi papá, que trae recuerdos cálidos cada vez que lo escucho. Ojalá tuviera más, y ojalá me sintiera así con Juancho, Juancito, Juanito, Juancillo o cualquiera de esa otra lista.

Durante toda mi infancia, y buena parte de mi adolescencia me llamaron Miguel. En el liceo los que no se dirigían a mí por mi apellido, (triste costumbre en los colegios durante ese período), me decían Miguel. Mis amigos me decían Miguel, mis novias me decían Miguel, todo el mundo me decía Miguel.

Una vez, me presenté como Juan Miguel, como siempre, supongo, y la gente empezó a llamarme Juan. Se me olvidó empezar a recordarle a la gente que me gustaba más que me dijeran Miguel. Creo que tuvo que ver con el hecho de que la persona más importante en ese momento me empezó a llamar Juan. Y me dije, "si ella me llama Juan, pues es especial, ¿no?, es distinto. Diferente a lo de siempre".

Y me quedé Juan, porque era especial, era único. Con los años, no estoy seguro de que haya dejado de ser especial. Pero sí dejó de ser único. Los amigos que me llamaban Miguel se fueron quedando en el tiempo, y fueron apareciendo los nuevos que me llamaban Juan, porque al fin y al cabo, era como la nueva moda, si ella me llamaba Juan, ¿Por qué no los demás?. En un parpadeo que duró nueve años, dejé de ser Miguel, y me convertí en Juan.

Claro, había lugares aislados donde todavía era Miguel. Mi casa principalmente. Las casas de mis tíos y tías, de mis abuelos, una que otra reunión o aparición casual de alguien de hace mucho tiempo. "A blast from the past", podríamos decir. Pero de resto, era Juan. No era sólo que me llamaban Juan, es que yo mismo me había convencido totalmente de que era Juan, y se me había olvidado que me gustaba mucho más que me llamaran Miguel.

Yo sé que me conociste como Juan. Sí, tú, en específico. Yo sé que todos me decían Juan, y que probablemente cuando te conocí, me presenté como Juan, aunque existe la limitada posibilidad de que como fue mi hermano quien nos presentó, (quien curiosamente se adaptó de manera perfecta a decirme Miguel dentro de mi casa y Juan fuera de ella), me haya presentado como Miguel o Juan Miguel.

Pero me gusta que me digas Miguel. A ver si eso del nombre se transforma de repente otra vez en único, como fue una vez que me llamaran Juan.

Así que por favor, si puedes y te acuerdas, si puedes contra los cuatro o cinco años de costumbre de llamarme Juan, llámame Miguel, si quiera de vez en cuando, aunque sea en un momento u otro, porque me siento feliz, porque me recuerda mi infancia, porque me da una tibia sensación en los oídos, en los labios y en el pecho, porque quiero darte otro lugar especial dentro de mi vida, porque aunque no hace falta que me llames Miguel para ser única, lo serás aún más si lo haces, así sea de vez en cuando y de cuando en vez.

En cuanto a los demás, ya que más da, llámenme como prefieran. Juan o Miguel, o Juan Miguel. Eventualmente me acostumbraré, o seguiré llevando mi doble vida de ser Miguel por dentro y Juan por fuera.

lunes, 10 de septiembre de 2007

Sin palabras...



Sin nada que escribir, por lo menos consegui algo cómico.