Escribo una trama, voy a guardar aquí frases para usarlas.
"For a man, there is no merit to be the first lover of a woman. However, to be the best, or even more, the last, is the true achievement"
"Love is the only battlefield where the weapons must be designed to make the enemy happier, in order to win"
martes, 31 de julio de 2007
viernes, 27 de julio de 2007
El valor de escuchar
Hay algo común en todos los seres humanos. Todos quieren ser escuchados, a pesar de que muy poca gente en este mundo parece saber escuchar.
Es que escuchar a alguien es un arte, incluso muy superior a contar historias. A pesar de ser valorado menos, saber escuchar una historia es tan o más valioso que contarla. Puedes obtener fama, reconocimientos y dinero por contar una bella historia, pero nunca por escucharla.
Escuchar propiamente a alguien requiere de un grado de empatía sólo alcanzado por el abandono relativo de tu propia consciencia y persona, al mismo tiempo que te compenetras con tu interlocutor. No sólo debes hacer la historia que oyes interesante para tí, debes hacerla al menos parcialmente tuya, con lo que logras además convencer al relator que su historia es interesante y merece ser contada con lujo de detalles, con imágenes, con adornos, con estética.
Escuchar no es un llamado al diálogo per se, aunque pueda incluir un intercambio de conversación. Si escuchas propiamente, no es necesaria la retroalimentación para hacer que alguien se dé cuenta que su historia, chisme, cuento, chiste, es maravillosa y única.
Una historia vale la pena sólo si es escuchada propiamente, sólo si es compartida, si es sentida, si es vinculada, si es real y verdaderamente comunicada. Un oyente capaz fomenta y genera un sentido de pertenencia humano en el relator. Las historias son indudablemente mejores para aquel que las cuenta cuando son bien escuchadas.
Una vez, hace muchos años, leí un libro sobre un personaje cuya mayor virtud era escuchar. De Michael Ende, el mismo autor de "La historia interminable", y a pesar de que el tema principal del libro, infantil por lo demás, se aleja de simplemente las virtudes de escuchar, intenté, no sé si con éxito, de aprender las delicadas destrezas necesarias a través de la práctica desde ese momento de mi vida. Total, siempre hay alguien que desea ser escuchado, alguien con quien puedes seguir practicando, aunque nunca llegues a saber si de verdad, al sujeto le gusta que lo escuches.
Es cierto que no todos podemos escuchar como deberíamos, así como no todos podemos pintar como Leonardo Da Vinci, o componer como Beethoven. Pero a veces, ese esfuerzo adicional conlleva sus frutos, y el brillo de emoción, sea alegre o triste, entusiasta o desesperado, que aparece en los ojos de tu interlocutor, te hace pensar que vale la pena.
Es que escuchar a alguien es un arte, incluso muy superior a contar historias. A pesar de ser valorado menos, saber escuchar una historia es tan o más valioso que contarla. Puedes obtener fama, reconocimientos y dinero por contar una bella historia, pero nunca por escucharla.
Escuchar propiamente a alguien requiere de un grado de empatía sólo alcanzado por el abandono relativo de tu propia consciencia y persona, al mismo tiempo que te compenetras con tu interlocutor. No sólo debes hacer la historia que oyes interesante para tí, debes hacerla al menos parcialmente tuya, con lo que logras además convencer al relator que su historia es interesante y merece ser contada con lujo de detalles, con imágenes, con adornos, con estética.
Escuchar no es un llamado al diálogo per se, aunque pueda incluir un intercambio de conversación. Si escuchas propiamente, no es necesaria la retroalimentación para hacer que alguien se dé cuenta que su historia, chisme, cuento, chiste, es maravillosa y única.
Una historia vale la pena sólo si es escuchada propiamente, sólo si es compartida, si es sentida, si es vinculada, si es real y verdaderamente comunicada. Un oyente capaz fomenta y genera un sentido de pertenencia humano en el relator. Las historias son indudablemente mejores para aquel que las cuenta cuando son bien escuchadas.
Una vez, hace muchos años, leí un libro sobre un personaje cuya mayor virtud era escuchar. De Michael Ende, el mismo autor de "La historia interminable", y a pesar de que el tema principal del libro, infantil por lo demás, se aleja de simplemente las virtudes de escuchar, intenté, no sé si con éxito, de aprender las delicadas destrezas necesarias a través de la práctica desde ese momento de mi vida. Total, siempre hay alguien que desea ser escuchado, alguien con quien puedes seguir practicando, aunque nunca llegues a saber si de verdad, al sujeto le gusta que lo escuches.
Es cierto que no todos podemos escuchar como deberíamos, así como no todos podemos pintar como Leonardo Da Vinci, o componer como Beethoven. Pero a veces, ese esfuerzo adicional conlleva sus frutos, y el brillo de emoción, sea alegre o triste, entusiasta o desesperado, que aparece en los ojos de tu interlocutor, te hace pensar que vale la pena.
jueves, 5 de julio de 2007
Una plana a la Bart Simpson
Débora es espectacular y maravillosa
Débora es espectacular y maravillosa
Débora es espectacular y maravillosa
Débora es espectacular y maravillosa
Débora es espectacular y maravillosa
Débora es espectacular y maravillosa....
Te quiero, Deb, eres una muy buena amiga y una persona única en el mundo. Defenderé hasta la muerte el hecho de que este planeta necesita más personas como tú.
Sin embargo, lamento decirte que conocí a una persona aún más espectacular y maravillosa que tú, en mi opinión, pero espero que eso no te afecte. La diferencia es que con ella sola pues ya el mundo, y yo, tenemos bastante.
Débora es espectacular y maravillosa
Débora es espectacular y maravillosa
Débora es espectacular y maravillosa
Débora es espectacular y maravillosa
Débora es espectacular y maravillosa....
Te quiero, Deb, eres una muy buena amiga y una persona única en el mundo. Defenderé hasta la muerte el hecho de que este planeta necesita más personas como tú.
Sin embargo, lamento decirte que conocí a una persona aún más espectacular y maravillosa que tú, en mi opinión, pero espero que eso no te afecte. La diferencia es que con ella sola pues ya el mundo, y yo, tenemos bastante.
martes, 3 de julio de 2007
De la naturaleza del miedo
Con el huracán de cosas que estoy sintiendo, precisamente una destaca en el ojo de la tormenta.
El miedo.
Yo me asumo a mí mismo como valiente. Hay que tomar en cuenta, sin embargo, que difícilmente soy temerario. La mayor parte de las personas confunden valentía con temeridad.
Valentía es el acto de enfrentar tus miedos. De agarrarlos, envolverlos y ponerlos muy adentro donde no moleste. Temeridad, sin embargo, es no tener miedo.
Dos personas en un ascensor accidentado. Una claustrofóbica, otra no. Las dos permanecen calmadas y serenas por media hora. Una de ellas, la claustrofóbica, es valiente, la otra simplemente es temeraria.
Aunque este punto sea discutible, para mí tiene más mérito el valiente que el temerario. El valiente ejerce su voluntad para controlarse, para mantener la calma. El temerario no hace nada, simplemente está ahí, y se comporta como si nada pasara.
Soy demasiado cauto como para ser temerario. Las situaciones extremas me causan temor. Temor comprendido como ese chorro de adrenalina que te hace temblar las rodillas, te abre los sentidos y te hace sentir como si el tiempo se ralentizara poco a poco.
Mi ciudad es un caso. Me ha permitido probar las situaciones clásicas de miedo. Alguien drogado abanicándote un arma en la cara, amenazas de secuestro,estar entre un tiroteo con miles de personas alrededor, coleadas espectaculares en la autopista, peleas callejeras donde asoman cuchillos y nacen puñaladas. Para otras personas en el mundo, esas cosas son mitos. Para mí, han sido realidad, y más de una vez. No sé, a veces creo que lo que nos falta son carros bomba y la cacería del búfalo del Cabo para convertir este sitio en el paraíso de un thrill seeker.
Cada vez que recuerdo esos momentos, recuerdo que tuve miedo. Esa mano fría que te aprieta los intestinos, esa escarcha que te invade los poros, esa presión en todos y cada uno de los músculos de tu cuerpo. No puedo ser temerario, creo que pienso demasiado, y me quiero algo, también, como para no responder a las amenazas y peligros con temor.
Ahora, perder la compostura, eso es otra cosa. Miedo es señal de peligro, y los peligros se afrontan. Se afrontan cuidándote a tí mismo y a los demás que te rodean. Se afrontan eliminando la fuente del miedo o evitándolo, depende de lo que te dicte tu razón. Hay miedos para correr, hay miedos para saltar hacia adelante, y hay miedos para hablar tranquila y reposadamente. Hay miedos para ser bizarro, y hay miedos para ser astuto y listo.
El miedo es un estímulo, en esos casos. Te permite hacer cosas impresionantes, como preguntarle a ese tipo con la pistola si tiene novia o hijos, o decirle al tipo con el cuchillo que lo aparte y se quede quieto si no quiere salir lastimado. El miedo te permite discernir que es buena idea preguntarle al tipo de la pistola por su familia y amenazar al del cuchillo, y no viceversa. Te permite saltar dos metros en el aire hacia ese kiosko de allá porque escuchaste el silbido de una bala bastante cerca. Te permite creerle al policía que dice que viene a hablar contigo después de caerte a plomo por media hora. Te permite girar el volante en la dirección opuesta al coleo mientras sueltas los pedales y te relajas pensando que vas a endezarte en el carril otra vez, en vez de frenar para irte contra la defensa. Agarrar esa silla rápido porque esto se puso feo y son más y más grandes que tú.
Pero hay miedos diferentes. Hay miedos que no tienen nada que ver con respuestas a estímulos. Es como el miedo cerval a la oscuridad. A veces sientes miedo en circunstancias en las cuales tu razón te dice que no hay nada que temer. Son los miedos inconscientes, son los miedos emocionales. Son aquella masa de hielo que flota tras la punta del iceberg bajo el mar de la consciencia. Es tener miedo sin saber por qué.
Esos son los peores. Es como que tu organismo te advirtiera que caminas hacia una trampa que no ves ni vas a poder ver. No son controlables, no puedes reaccionar a ellos. Son esos miedos que te asaltan cuando estás solo en tu cuarto, más seguro que nunca. Los miedos a que te salgan mal las cosas, a que te lastimes a tí mismo, a lastimar a otros. Los miedos a no ser suficiente, los miedos a imponerte trabas, los miedos a sentir algo o no sentirlo.
Esos son realmente difíciles. Malditos miedos traicioneros.
Sin embargo, a todos les digo que hay que ser valientes. Incluso con menos asertividad, hay que enfrentar esos miedos y seguir saliendo adelante. Aferrarte a lo que quieres y a lo que te hace feliz. Es la única manera de enfrentarlos. Abrirte paso por tus propias líneas enemigas, afianzarte al piso y sostener tu posición, no importa lo que pase. Seguir lo que crees. Tener tu código y respaldarte con él. Recordar tus deberes, tus lealtades, tus creencias, tus ideales. Ningún miedo es invencible o incontrolable.
Como leí en alguna parte. Todos caemos y todos somos vencidos. No podemos salir victoriosos siempre, eso no es una elección. Sin embargo, siempre podemos elegir cómo caemos. Si me preguntan cómo quiero caer, con aplomo responderé que valientemente, como siempre.
El miedo.
Yo me asumo a mí mismo como valiente. Hay que tomar en cuenta, sin embargo, que difícilmente soy temerario. La mayor parte de las personas confunden valentía con temeridad.
Valentía es el acto de enfrentar tus miedos. De agarrarlos, envolverlos y ponerlos muy adentro donde no moleste. Temeridad, sin embargo, es no tener miedo.
Dos personas en un ascensor accidentado. Una claustrofóbica, otra no. Las dos permanecen calmadas y serenas por media hora. Una de ellas, la claustrofóbica, es valiente, la otra simplemente es temeraria.
Aunque este punto sea discutible, para mí tiene más mérito el valiente que el temerario. El valiente ejerce su voluntad para controlarse, para mantener la calma. El temerario no hace nada, simplemente está ahí, y se comporta como si nada pasara.
Soy demasiado cauto como para ser temerario. Las situaciones extremas me causan temor. Temor comprendido como ese chorro de adrenalina que te hace temblar las rodillas, te abre los sentidos y te hace sentir como si el tiempo se ralentizara poco a poco.
Mi ciudad es un caso. Me ha permitido probar las situaciones clásicas de miedo. Alguien drogado abanicándote un arma en la cara, amenazas de secuestro,estar entre un tiroteo con miles de personas alrededor, coleadas espectaculares en la autopista, peleas callejeras donde asoman cuchillos y nacen puñaladas. Para otras personas en el mundo, esas cosas son mitos. Para mí, han sido realidad, y más de una vez. No sé, a veces creo que lo que nos falta son carros bomba y la cacería del búfalo del Cabo para convertir este sitio en el paraíso de un thrill seeker.
Cada vez que recuerdo esos momentos, recuerdo que tuve miedo. Esa mano fría que te aprieta los intestinos, esa escarcha que te invade los poros, esa presión en todos y cada uno de los músculos de tu cuerpo. No puedo ser temerario, creo que pienso demasiado, y me quiero algo, también, como para no responder a las amenazas y peligros con temor.
Ahora, perder la compostura, eso es otra cosa. Miedo es señal de peligro, y los peligros se afrontan. Se afrontan cuidándote a tí mismo y a los demás que te rodean. Se afrontan eliminando la fuente del miedo o evitándolo, depende de lo que te dicte tu razón. Hay miedos para correr, hay miedos para saltar hacia adelante, y hay miedos para hablar tranquila y reposadamente. Hay miedos para ser bizarro, y hay miedos para ser astuto y listo.
El miedo es un estímulo, en esos casos. Te permite hacer cosas impresionantes, como preguntarle a ese tipo con la pistola si tiene novia o hijos, o decirle al tipo con el cuchillo que lo aparte y se quede quieto si no quiere salir lastimado. El miedo te permite discernir que es buena idea preguntarle al tipo de la pistola por su familia y amenazar al del cuchillo, y no viceversa. Te permite saltar dos metros en el aire hacia ese kiosko de allá porque escuchaste el silbido de una bala bastante cerca. Te permite creerle al policía que dice que viene a hablar contigo después de caerte a plomo por media hora. Te permite girar el volante en la dirección opuesta al coleo mientras sueltas los pedales y te relajas pensando que vas a endezarte en el carril otra vez, en vez de frenar para irte contra la defensa. Agarrar esa silla rápido porque esto se puso feo y son más y más grandes que tú.
Pero hay miedos diferentes. Hay miedos que no tienen nada que ver con respuestas a estímulos. Es como el miedo cerval a la oscuridad. A veces sientes miedo en circunstancias en las cuales tu razón te dice que no hay nada que temer. Son los miedos inconscientes, son los miedos emocionales. Son aquella masa de hielo que flota tras la punta del iceberg bajo el mar de la consciencia. Es tener miedo sin saber por qué.
Esos son los peores. Es como que tu organismo te advirtiera que caminas hacia una trampa que no ves ni vas a poder ver. No son controlables, no puedes reaccionar a ellos. Son esos miedos que te asaltan cuando estás solo en tu cuarto, más seguro que nunca. Los miedos a que te salgan mal las cosas, a que te lastimes a tí mismo, a lastimar a otros. Los miedos a no ser suficiente, los miedos a imponerte trabas, los miedos a sentir algo o no sentirlo.
Esos son realmente difíciles. Malditos miedos traicioneros.
Sin embargo, a todos les digo que hay que ser valientes. Incluso con menos asertividad, hay que enfrentar esos miedos y seguir saliendo adelante. Aferrarte a lo que quieres y a lo que te hace feliz. Es la única manera de enfrentarlos. Abrirte paso por tus propias líneas enemigas, afianzarte al piso y sostener tu posición, no importa lo que pase. Seguir lo que crees. Tener tu código y respaldarte con él. Recordar tus deberes, tus lealtades, tus creencias, tus ideales. Ningún miedo es invencible o incontrolable.
Como leí en alguna parte. Todos caemos y todos somos vencidos. No podemos salir victoriosos siempre, eso no es una elección. Sin embargo, siempre podemos elegir cómo caemos. Si me preguntan cómo quiero caer, con aplomo responderé que valientemente, como siempre.
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