(De confiar).
1. f. Esperanza firme que se tiene de alguien o algo.
La confianza, quizás el asunto más espinoso sobre el cual puedas conversar con alguien. Y además, el tema que no puede ser disociado de ninguna discusión acerca de las relaciones humanas. Desde la diplomacia de alto nivel, hasta la pareja simplona de bachillerato, todas las interacciones humanas tienen sus cimientos en la confianza, o tienen algo que ver con ese concepto. Si un concepto es complicado de discutir, o de emitir opinión, es precisamente el de confianza.
Pero me acordé de algo, leyendo algo, en alguna parte. Me acordé de cómo establecí mi código de confianza. Y gracias al ligero recordatorio, estructuré mis guías morales y mentales para poder escribirlas, y por tanto, compartirlas. Siempre me pasa lo mismo, pienso en tantos niveles, (y eso de pensar en varios niveles, ya lo desarrollaré otro día, para explicar de qué va), que luego no puedo expresar correctamente lo que quiero explicar.
Para mí, la manera más sencilla de tratar de entender la confianza, si alguien no posee la habilidad de leer mentes, lo cual comprime aproximadamente al 99 y algo (obviamente se infiere 100) por ciento de la población mundial, es juzgarla de una manera comparativa.
¿Por qué?, ¿Por qué no simplemente preguntar, por ejemplo?. Porque debido a la naturaleza personal del concepto de confianza, es necesaria la confianza para aceptar un supuesto nivel de confianza alegado por otro. Es decir, el viejo laberinto de ¿Crees que puedes creerle?. ¿Confías en que confía en ti?. Es que la fidelidad de los datos acerca de la confianza se basa en la misma confianza que tengas sobre la veracidad de los mismos, lo cual crea un círculo lógico tan estúpido como irresoluble. (Aquí empieza el rollo).
De acuerdo a mi código propio, la única confianza que puedo medir es la mía propia, es la única que puedo sentir, es la única que puedo cualificar y cuantificar (Los humanos no tenemos polígrafo incorporado, ni portátil). Para saber acerca de la ajena, necesito confiar en la palabra de otro. "Confiar acerca de la confianza".
Supongamos que pregunto a alguien si puedo confiar en él. Ese alguien puede decirme que sí, y estar mintiendo, (de hecho, necesitaría un grado de confianza para creerle) o decirme que no y todavía estar mintiéndome (aunque las finalidades prácticas de esto último son singularmente más raras). Es más, la probabilidad más alta es que alguien no digno de mi confianza me diga que sí puedo confiar en él. Por eso las mentiras, las traiciones y las decepciones son el pan de cada día del género humano. Simplemente nos es imposible definir en quién, cuándo, cómo, y qué tanto confiar.
Tampoco por actos puedo definir mi confianza en alguien. A cualquier persona le ha pasado que alguien que siempre te ha ayudado te traiciona tus esperanzas justo en el momento en que más confiabas en él/ella. No importa cuántas veces alguien te haya probado ser confiable, tiene las mismas posibilidades, o probabilidades matemáticas de fallarte o traicionarte, que un extraño. Cada elección es un nuevo escenario independiente con millones de variables nuevas. Es decir, que en teoría, en papel, mis amigos son tan confiables como la persona que acabo de conocer. Además, cuando un extraño me traiciona lo puedo esperar, ¿Pero de tus amigos, tu familia, tu pareja?, el daño hecho es considerablemente más elevado para cualquiera.
¿Entonces, cómo tener una idea mínima de en quién confiar? Es más que obvio que nunca voy a encontrar un método perfecto, (ni siquiera el polígrafo sirve), pero debía existir una manera de realizar alguna aproximación, por vaga que resultara, y que no estuviera basada en percepciones tan vagas como la "lectura del lenguaje de los gestos", u otras cosas no exactamente efectivas.
Mi código de confianza se basa en que el único dato que puedo establecer de manera fija y segura es el coeficiente de mi propia confianza, pues es parte de mi mente, y soy completamente consciente del mismo. Ahora bien, me dí cuenta que la única manera de obtener una aproximación a la confianza que puedes depositar en otros es comparándola con ese dato, mi propio coeficiente de confianza.
Simplemente, antes de preguntarme ¿Puedo confiar en él/ella, qué tanto puedo hacerlo?me pregunto a mí mismo, ¿Puede él/ella confiar en mí, qué tanto, en qué medida?. Esa respuesta la obtengo fácil, es algo natural saber qué tanto puede confiar una persona en ti, y puedo confiar completamente en mi respuesta, (a menos que me esté mintiendo a mí mismo, en cuyo caso no debería confiar en nadie como punto de partida).
"Probablemente yo lo sacaría de un problema si representara un pequeño o ningún sacrificio, o le guardaría un secreto mientras que no me vea yo implicado, o alguien que me importe, y si quedara un solo trago de agua en el desierto para los dos jamás se lo cedería", es una respuesta coherente y que ejemplariza el proceso. Siempre me coloco en situaciones hipotéticas y mido exactamente qué tanto alguien puede confiar en mí de acuerdo a mis posibles reacciones. Esa respuesta es mi coeficiente de confianza, qué tanta confianza puede alguien en específico, en un momento en específico, colocar en mí. Es bastante corriente que descubra, cómicamente, que por lo general la persona que más puede confiar en mí lo hace muy poco, y que la que lo puede hacer muy poco lo hace mucho. Por supuesto, yo tengo muy clara la pregunta que se hace el otro acerca de mí, pero él tiene muy claro qué tanto puedo a su vez confiar yo en él.
Tras obtener el dichoso coeficiente, simplemente se lo aplico a la otra persona, invirtiendo los roles, modificándolo de acuerdo con las posiciones ocupadas por cada uno, tomando en cuenta las variables importantes que cambian en ciertas relaciones no simétricas (como padre hijo, jefe empleado, profesor alumno, mujer hombre). Es decir, nunca confío en una persona más de lo que esa persona puede confiar en mí. Me parece tonto engañarme a mí mismo. Si yo soy capaz de cortarle la garganta a esa persona mientras duerme, esa persona es perfectamente capaz de hacer lo mismo, y no debo dormir con ella. Si yo soy capaz de manipular a alguien, ese alguien está en la misma posición con respecto a mí, y podría estar haciendo lo mismo. Si no me duele en lo absoluto mentirle a alguien, probablemente a ese alguien tampoco le duele mentirme.
Es quizás colocar la confianza en un lecho de Procusto, donde adapto la moral de otros a la mía propia, pero se sorprenderían de qué tan efectivo es el método. Al menos, cuando suceden, las traiciones o decepciones ya no me sorprenden. Cabe destacar que para aplicar este sistema necesité de un alto grado de adaptación, de mimetización y de capacidad de juzgar el carácter de otros para balancear los roles de las personas involucradas en cualquiera que sea la relación que mantengan. También les recomiendo que aprendan a conocerse muy bien. Mientras mejor se conozcan mejor conocerán a sus congéneres.
WARNING CUIDADO AVERTISSEMENT ACHTUNG AVVERTIMENTO
警告 предупреждение AVISO 경고 WAARSCHUWING
Este método no es utilizable para determinar el nivel de confianza en personas inestables mental o emocionalmente, cuyas reacciones sean completamente irracionales, coherentes, o impredecibles. En ese caso, se recomienda no confiar en absoluto en esas personas desde el principio.
viernes, 30 de marzo de 2007
lunes, 26 de marzo de 2007
Caminante, ve a Esparta y di a los espartanos, que aquí yacemos por obedecer sus leyes
Visualmente orgásmica. No esperen obtener una reconstrucción histórica porque la película ni siquiera lo intenta. No se dañen la experiencia buscando errores que no son errores sino recursos gráficos. Sin embargo, un placer ver a actores pronunciar en la pantalla las citas actuales de los bravos espartanos.
Y mi gusto por esta película me despierta el dilema de por qué a los hombres que clamamos ser civilizados como yo, nos llaman tanto la atención las culturas extremadamente violentas y militaristas como éstas. Honor, deber, y la exaltación de esos valores que se hace en la narración de los hechos bélicos que sacudieron la historia, espero. Supongo que al vivir en una época en la que tan poca gente está dispuesta a morir y matar por lo que cree, (dice uno, mientras critica a los extremistas islámicos que hacen exactamente eso), tienes que revivir ese héroe violento y sediento de sangre, que todos tenemos adentro, de alguna manera.
"Tonight we'll dine on hell!"
I'm only happy when it rains...
La lluvia tiene su magia. Hoy me desperté, y estaba lloviendo.
No era lluvia agresiva, impetuosa, como suele serlo por estos lares, las tormentas tropicales que te caen encima y parecen que te fueran a empujar y a llevar con ellas, mientras unos goterones como ladrillos te golpetean el rostro y el viento te levanta todo lo que cargas en todas direcciones.
Era una lluvia serena, extrañamente triste. Londinense, quizás, o un poco más nórdica que de costumbre. Como una regadera apenas abierta. Es que tenía meses sin ver, sin sentir una de estas lluvias.
Es que tiene propiedades relajantes, eso de levantarse, un lunes, tras apagar maldiciendo los tres despertadores que tienes en el cuarto, (expertamente configurados cada uno un minuto después del otro para asegurar que la tortura sonora dure y te puedas despegar de las sábanas), para tratar de llegar temprano a tu trabajo, incluso sabiendo que no vas a llegar temprano porque nunca llegas, (además de no tener razón para hacerlo), y sentarte en el borde de la cama y escuchar ese rumor suave que hace la lluvia en el aire.
Es que es un ruido casi imperceptible, una nana que se interrumpe con el leve rumor urbano de los neumáticos pasando por el asfalto mojado, que le añade un sutil eco de olas marinas. Es algo que te hace olvidar el escándalo electrónico de los celulares sonando que te auguran otra semana de existencia de imperceptible levedad.
Es una frecuencia única, que ningún artefacto mecánico o electrónico puede simular. No sé si es mi oído de perro viejo, pero ni grabado y reproducido suena igual. Científicamente añado, mientras medito sentado al borde de la cama, que debe ser la reverberación de la humedad en el aire la que le da ese timbre tan especial a ese breve y comedido sonido de la lluvia mañanera. O sea, que para escucharlo igual tendrías que reproducir la grabación mientras llueve, y eso sería absurdo de todas maneras.
Salgo del cuarto sonriendo, luego de lanzar un dado de 20 caras para decidir qué ropa me pongo. Salen los zapatos rojos, la camisa vino tinto porque los zapatos rojos descartan la franela verde manzana, (el rojo es el nuevo negro, me repito, para darme una concepción de moda). El pantalón es cualquiera, para eso los compramos de colores neutros, ¿no?, mientras sea jean todo vale.
Típicas preocupaciones higiénicas aparte, de las cual las únicas rescatables son cepillarme el pelo y arreglarme levemente la escobilla que tengo en la cara, me alisto para el momento único del día, que inspira estas líneas.
Me acerco a la ventana grande de la casa, la ventana que toda casa debería tener, y dedico dos minutos de mi semi precioso tiempo a ver la lluvia. (¿Por qué semi precioso?, porque es como las piedras semi preciosas, es bonito, adorna de manera funcional, se parece al tiempo precioso, pero, como las piedras semi preciosas, no vale casi nada en comparación)
El cielo está gris. Lo bueno de las lluvias de primavera o verano, o como sea que se llame en el trópico, es que cuando te levantas muy temprano en la mañana, no es de noche, sino que ya amaneció, y puedes ver las cosas más claramente. El aire está cubierto por esta atmósfera que lo hace ver, según mil poetas y escritores clásicos, "plomizo". Para aquellos que podían ver el gris plomo, claro. Nosotros apenas podemos ver el plomo en unas tuberías que igual están pintadas de rojo para que no te envenenes. Es decir, que cualquier persona que no sea químico en el siglo 21, incluyéndome, no tiene idea de qué quiere decir eso de "plomizo".
Pero volvamos al cielo. La cortina suave de lluvia que modifica tu percepción de las cosas, pero no te las oculta como los chaparrones. Es que estas lluvias te permiten ver el mundo como un film a blanco y negro, te oculta el brillo de los colores un poco, para que notes que la variación de las intensidades de grises vale tanto la pena como el rojo brillante que es el nuevo negro.
Es que es el olor. Ese olor efímero a metal y a electricidad que se filtra en el aire cuando llueve, así, leve y suavemente. No el olor tórrido y hormonal de las tormentas tropicales, sino de esta "garúa" tranquila y relajada. Es que todo huele mejor cuando llueve, hasta la basura. Es que la ventaja de ser casi ciego durante la mayor parte de tu vida es que afinas tus otros sentidos, diez veces más sutiles que la vista. Y de cualquier olor que es bueno en la mañana mientras llueve, el olor a panquecas es el mejor.
Y tras varias panquecas, difícilmente más divinas, acompañadas de una mermelada que sabe mejor con el rumor de la lluvia detrás, busco el suéter que combine con la dichosa franela vinotinto y los zapatos rojos, no para combatir este frío delicioso de la lluvia a las seis de la mañana, sino la maldad tecnológica del aire acondicionado. Bolso y despedida de por medio, salgo por la puerta, decidido completamente a contrastar la cara de arrechera (porque sí, porque hay que meter una grosería) de todo el mundo que "sufre" bajo la lluvia, con mi sonrisa de disfrutar esta lluvia hasta el final, hasta que me la dañe el sol de las diez de la mañana.
Es que no hay nada mejor que una lluvia de madrugada. Es algo muy Chopinesque, algo definitivamente e ineludiblemente especial. Algo que hace que la gente te vea raro cuando dices "Está lloviendo, vamos a caminar".
No era lluvia agresiva, impetuosa, como suele serlo por estos lares, las tormentas tropicales que te caen encima y parecen que te fueran a empujar y a llevar con ellas, mientras unos goterones como ladrillos te golpetean el rostro y el viento te levanta todo lo que cargas en todas direcciones.
Era una lluvia serena, extrañamente triste. Londinense, quizás, o un poco más nórdica que de costumbre. Como una regadera apenas abierta. Es que tenía meses sin ver, sin sentir una de estas lluvias.
Es que tiene propiedades relajantes, eso de levantarse, un lunes, tras apagar maldiciendo los tres despertadores que tienes en el cuarto, (expertamente configurados cada uno un minuto después del otro para asegurar que la tortura sonora dure y te puedas despegar de las sábanas), para tratar de llegar temprano a tu trabajo, incluso sabiendo que no vas a llegar temprano porque nunca llegas, (además de no tener razón para hacerlo), y sentarte en el borde de la cama y escuchar ese rumor suave que hace la lluvia en el aire.
Es que es un ruido casi imperceptible, una nana que se interrumpe con el leve rumor urbano de los neumáticos pasando por el asfalto mojado, que le añade un sutil eco de olas marinas. Es algo que te hace olvidar el escándalo electrónico de los celulares sonando que te auguran otra semana de existencia de imperceptible levedad.
Es una frecuencia única, que ningún artefacto mecánico o electrónico puede simular. No sé si es mi oído de perro viejo, pero ni grabado y reproducido suena igual. Científicamente añado, mientras medito sentado al borde de la cama, que debe ser la reverberación de la humedad en el aire la que le da ese timbre tan especial a ese breve y comedido sonido de la lluvia mañanera. O sea, que para escucharlo igual tendrías que reproducir la grabación mientras llueve, y eso sería absurdo de todas maneras.
Salgo del cuarto sonriendo, luego de lanzar un dado de 20 caras para decidir qué ropa me pongo. Salen los zapatos rojos, la camisa vino tinto porque los zapatos rojos descartan la franela verde manzana, (el rojo es el nuevo negro, me repito, para darme una concepción de moda). El pantalón es cualquiera, para eso los compramos de colores neutros, ¿no?, mientras sea jean todo vale.
Típicas preocupaciones higiénicas aparte, de las cual las únicas rescatables son cepillarme el pelo y arreglarme levemente la escobilla que tengo en la cara, me alisto para el momento único del día, que inspira estas líneas.
Me acerco a la ventana grande de la casa, la ventana que toda casa debería tener, y dedico dos minutos de mi semi precioso tiempo a ver la lluvia. (¿Por qué semi precioso?, porque es como las piedras semi preciosas, es bonito, adorna de manera funcional, se parece al tiempo precioso, pero, como las piedras semi preciosas, no vale casi nada en comparación)
El cielo está gris. Lo bueno de las lluvias de primavera o verano, o como sea que se llame en el trópico, es que cuando te levantas muy temprano en la mañana, no es de noche, sino que ya amaneció, y puedes ver las cosas más claramente. El aire está cubierto por esta atmósfera que lo hace ver, según mil poetas y escritores clásicos, "plomizo". Para aquellos que podían ver el gris plomo, claro. Nosotros apenas podemos ver el plomo en unas tuberías que igual están pintadas de rojo para que no te envenenes. Es decir, que cualquier persona que no sea químico en el siglo 21, incluyéndome, no tiene idea de qué quiere decir eso de "plomizo".
Pero volvamos al cielo. La cortina suave de lluvia que modifica tu percepción de las cosas, pero no te las oculta como los chaparrones. Es que estas lluvias te permiten ver el mundo como un film a blanco y negro, te oculta el brillo de los colores un poco, para que notes que la variación de las intensidades de grises vale tanto la pena como el rojo brillante que es el nuevo negro.
Es que es el olor. Ese olor efímero a metal y a electricidad que se filtra en el aire cuando llueve, así, leve y suavemente. No el olor tórrido y hormonal de las tormentas tropicales, sino de esta "garúa" tranquila y relajada. Es que todo huele mejor cuando llueve, hasta la basura. Es que la ventaja de ser casi ciego durante la mayor parte de tu vida es que afinas tus otros sentidos, diez veces más sutiles que la vista. Y de cualquier olor que es bueno en la mañana mientras llueve, el olor a panquecas es el mejor.
Y tras varias panquecas, difícilmente más divinas, acompañadas de una mermelada que sabe mejor con el rumor de la lluvia detrás, busco el suéter que combine con la dichosa franela vinotinto y los zapatos rojos, no para combatir este frío delicioso de la lluvia a las seis de la mañana, sino la maldad tecnológica del aire acondicionado. Bolso y despedida de por medio, salgo por la puerta, decidido completamente a contrastar la cara de arrechera (porque sí, porque hay que meter una grosería) de todo el mundo que "sufre" bajo la lluvia, con mi sonrisa de disfrutar esta lluvia hasta el final, hasta que me la dañe el sol de las diez de la mañana.
Es que no hay nada mejor que una lluvia de madrugada. Es algo muy Chopinesque, algo definitivamente e ineludiblemente especial. Algo que hace que la gente te vea raro cuando dices "Está lloviendo, vamos a caminar".
viernes, 2 de marzo de 2007
Guilty Pleasures
Esta entrada va a ser rara, sumamente extraña, más propia de un blog de mujeres o una revista tipo "Cosmopolitan" o "Eme", (Sorry Debbie nothing personal, a mí me gusta la revista, pero es que tengo que defender una imagen social de ser un macho insensible de vez en cuando), pero igual tengo que hacerla, porque es algo que me ha dado la vuelta a la cabeza desde hace tiempo.
Primero lo primero. Un "Guilty Pleasure" es uno de esos pequeños placeres o manías que te fascina otorgarte, de los cuales extraes grandes cantidades de satisfacción en el momento, pero que luego te dejan con una agria sensación de remordimiento por las consecuencias desagradables o por lo no completamente ético de tu placer en cuestión.
Por ejemplo, el típico "Guilty Pleasure", o "Placer Culposo", es lo que sufren las mujeres cuando comen chocolate, torta o cualquier cosa que engorde. En el momento no puedes resistirte ante tanto chocolate, crema, o dulce, y luego te quejas porque rompiste el régimen, o lo que sea. Gracias a dios no sufro de ese placer. Trago galletas como el de Plaza Sesámo y nunca me arrepiento de haberlo hecho.
Otro placer culposo es pararse a ver los accidentes de tránsito. Me declaro culpable, es que no puedo ver un carro destruido en la autopista sin pararme hasta a ojear si llegó el forense, y poco a poco reconstruir el suceso a lo más Grissom de CSI. Siempre que vuelvo a acelerar me digo a mí mismo, "Eres un maldito morboso, que se alimenta de miseria humana. Además paras el tráfico por tu curiosidad enferma de ver una posible escena de carnicería, ¿Te parece bien, Juan Miguel, te sientes orgulloso de tí mismo, lacra?". Pero igual lo sigo haciendo, no lo puedo evitar.
El cigarro, mi eterno "Placer Culposo". Al menos cada vez que llego a la mitad de uno de cada dos cigarros que prendo me digo a mí mismo. "¡Qué basura!, eres una niña, no tienes ni voluntad de oponerte a un vicio. ¿No te da pena verte así esclavizado al uso de unas varitas de papel llenas de monte por dentro?, Eres un monigote, un títere de tus manías, ni siquiera puedes oponerte a tus propias debilidades, blablablah". Y sin embargo, al poco rato, el "click" del yesquero, la llamita azul y amarilla y empieza el ciclo otra vez.
Ver novios peleando. Este es mucho más raro, pero es súper cómico. Y es enfermo. No sé por qué la cosa me hipnotiza, sobre todo cuando los dos se gritan al mismo tiempo. O incluso mejor, cuando la mujer le grita al tipo, y el se queda ahí callado recibiendo castigo. Pero es incómodo, uno debería voltearse y hacerse el loco, ¿no?, no quedarse como el típico voyeurista de la violencia marital. El típico pensamiento que me viene después es "¿Viste?, te vieron viéndolos, ¿No te da pena chico, estarte metiendo en asuntos ajenos?, eso no es problema un tuyo, un día de éstos te vas a meter en tremendo peo". Pero no importa, no han pasado cinco segundos de discusión y ya me quedo viéndolo hipnotizado.
Meterme en discusiones sin futuro. Es decir, participar en esos debates informales con alguien con quien, por referencias o por experiencias previas, nunca vas a llegar a un acuerdo, y nunca ninguno va a ceder ni un milímetro. O sea, tratar de evangelizar al catolicismo a un fundamentalista islámico, convencer a un chavista de que no todo en el gobierno es bueno y la mayor parte de los ministros cometen errores, así sean insignificantes, o la típica discusión derecha-izquierda. A pesar de que la conversación nunca sale de "yo tengo la razón, yo tengo la razón, yo tengo la razón", uno continúa por horas y al terminar te das cuenta que botaste varias horas de tu vida en nada, y que te hubiera salido mejor ponerte a ver televisión.
Ya me acordaré de otros, siéntanse libres de comentar los suyos propios...
Primero lo primero. Un "Guilty Pleasure" es uno de esos pequeños placeres o manías que te fascina otorgarte, de los cuales extraes grandes cantidades de satisfacción en el momento, pero que luego te dejan con una agria sensación de remordimiento por las consecuencias desagradables o por lo no completamente ético de tu placer en cuestión.
Por ejemplo, el típico "Guilty Pleasure", o "Placer Culposo", es lo que sufren las mujeres cuando comen chocolate, torta o cualquier cosa que engorde. En el momento no puedes resistirte ante tanto chocolate, crema, o dulce, y luego te quejas porque rompiste el régimen, o lo que sea. Gracias a dios no sufro de ese placer. Trago galletas como el de Plaza Sesámo y nunca me arrepiento de haberlo hecho.
Otro placer culposo es pararse a ver los accidentes de tránsito. Me declaro culpable, es que no puedo ver un carro destruido en la autopista sin pararme hasta a ojear si llegó el forense, y poco a poco reconstruir el suceso a lo más Grissom de CSI. Siempre que vuelvo a acelerar me digo a mí mismo, "Eres un maldito morboso, que se alimenta de miseria humana. Además paras el tráfico por tu curiosidad enferma de ver una posible escena de carnicería, ¿Te parece bien, Juan Miguel, te sientes orgulloso de tí mismo, lacra?". Pero igual lo sigo haciendo, no lo puedo evitar.
El cigarro, mi eterno "Placer Culposo". Al menos cada vez que llego a la mitad de uno de cada dos cigarros que prendo me digo a mí mismo. "¡Qué basura!, eres una niña, no tienes ni voluntad de oponerte a un vicio. ¿No te da pena verte así esclavizado al uso de unas varitas de papel llenas de monte por dentro?, Eres un monigote, un títere de tus manías, ni siquiera puedes oponerte a tus propias debilidades, blablablah". Y sin embargo, al poco rato, el "click" del yesquero, la llamita azul y amarilla y empieza el ciclo otra vez.
Ver novios peleando. Este es mucho más raro, pero es súper cómico. Y es enfermo. No sé por qué la cosa me hipnotiza, sobre todo cuando los dos se gritan al mismo tiempo. O incluso mejor, cuando la mujer le grita al tipo, y el se queda ahí callado recibiendo castigo. Pero es incómodo, uno debería voltearse y hacerse el loco, ¿no?, no quedarse como el típico voyeurista de la violencia marital. El típico pensamiento que me viene después es "¿Viste?, te vieron viéndolos, ¿No te da pena chico, estarte metiendo en asuntos ajenos?, eso no es problema un tuyo, un día de éstos te vas a meter en tremendo peo". Pero no importa, no han pasado cinco segundos de discusión y ya me quedo viéndolo hipnotizado.
Meterme en discusiones sin futuro. Es decir, participar en esos debates informales con alguien con quien, por referencias o por experiencias previas, nunca vas a llegar a un acuerdo, y nunca ninguno va a ceder ni un milímetro. O sea, tratar de evangelizar al catolicismo a un fundamentalista islámico, convencer a un chavista de que no todo en el gobierno es bueno y la mayor parte de los ministros cometen errores, así sean insignificantes, o la típica discusión derecha-izquierda. A pesar de que la conversación nunca sale de "yo tengo la razón, yo tengo la razón, yo tengo la razón", uno continúa por horas y al terminar te das cuenta que botaste varias horas de tu vida en nada, y que te hubiera salido mejor ponerte a ver televisión.
Ya me acordaré de otros, siéntanse libres de comentar los suyos propios...
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