La lluvia tiene su magia. Hoy me desperté, y estaba lloviendo.
No era lluvia agresiva, impetuosa, como suele serlo por estos lares, las tormentas tropicales que te caen encima y parecen que te fueran a empujar y a llevar con ellas, mientras unos goterones como ladrillos te golpetean el rostro y el viento te levanta todo lo que cargas en todas direcciones.
Era una lluvia serena, extrañamente triste. Londinense, quizás, o un poco más nórdica que de costumbre. Como una regadera apenas abierta. Es que tenía meses sin ver, sin sentir una de estas lluvias.
Es que tiene propiedades relajantes, eso de levantarse, un lunes, tras apagar maldiciendo los tres despertadores que tienes en el cuarto, (expertamente configurados cada uno un minuto después del otro para asegurar que la tortura sonora dure y te puedas despegar de las sábanas), para tratar de llegar temprano a tu trabajo, incluso sabiendo que no vas a llegar temprano porque nunca llegas, (además de no tener razón para hacerlo), y sentarte en el borde de la cama y escuchar ese rumor suave que hace la lluvia en el aire.
Es que es un ruido casi imperceptible, una nana que se interrumpe con el leve rumor urbano de los neumáticos pasando por el asfalto mojado, que le añade un sutil eco de olas marinas. Es algo que te hace olvidar el escándalo electrónico de los celulares sonando que te auguran otra semana de existencia de imperceptible levedad.
Es una frecuencia única, que ningún artefacto mecánico o electrónico puede simular. No sé si es mi oído de perro viejo, pero ni grabado y reproducido suena igual. Científicamente añado, mientras medito sentado al borde de la cama, que debe ser la reverberación de la humedad en el aire la que le da ese timbre tan especial a ese breve y comedido sonido de la lluvia mañanera. O sea, que para escucharlo igual tendrías que reproducir la grabación mientras llueve, y eso sería absurdo de todas maneras.
Salgo del cuarto sonriendo, luego de lanzar un dado de 20 caras para decidir qué ropa me pongo. Salen los zapatos rojos, la camisa vino tinto porque los zapatos rojos descartan la franela verde manzana, (el rojo es el nuevo negro, me repito, para darme una concepción de moda). El pantalón es cualquiera, para eso los compramos de colores neutros, ¿no?, mientras sea jean todo vale.
Típicas preocupaciones higiénicas aparte, de las cual las únicas rescatables son cepillarme el pelo y arreglarme levemente la escobilla que tengo en la cara, me alisto para el momento único del día, que inspira estas líneas.
Me acerco a la ventana grande de la casa, la ventana que toda casa debería tener, y dedico dos minutos de mi semi precioso tiempo a ver la lluvia. (¿Por qué semi precioso?, porque es como las piedras semi preciosas, es bonito, adorna de manera funcional, se parece al tiempo precioso, pero, como las piedras semi preciosas, no vale casi nada en comparación)
El cielo está gris. Lo bueno de las lluvias de primavera o verano, o como sea que se llame en el trópico, es que cuando te levantas muy temprano en la mañana, no es de noche, sino que ya amaneció, y puedes ver las cosas más claramente. El aire está cubierto por esta atmósfera que lo hace ver, según mil poetas y escritores clásicos, "plomizo". Para aquellos que podían ver el gris plomo, claro. Nosotros apenas podemos ver el plomo en unas tuberías que igual están pintadas de rojo para que no te envenenes. Es decir, que cualquier persona que no sea químico en el siglo 21, incluyéndome, no tiene idea de qué quiere decir eso de "plomizo".
Pero volvamos al cielo. La cortina suave de lluvia que modifica tu percepción de las cosas, pero no te las oculta como los chaparrones. Es que estas lluvias te permiten ver el mundo como un film a blanco y negro, te oculta el brillo de los colores un poco, para que notes que la variación de las intensidades de grises vale tanto la pena como el rojo brillante que es el nuevo negro.
Es que es el olor. Ese olor efímero a metal y a electricidad que se filtra en el aire cuando llueve, así, leve y suavemente. No el olor tórrido y hormonal de las tormentas tropicales, sino de esta "garúa" tranquila y relajada. Es que todo huele mejor cuando llueve, hasta la basura. Es que la ventaja de ser casi ciego durante la mayor parte de tu vida es que afinas tus otros sentidos, diez veces más sutiles que la vista. Y de cualquier olor que es bueno en la mañana mientras llueve, el olor a panquecas es el mejor.
Y tras varias panquecas, difícilmente más divinas, acompañadas de una mermelada que sabe mejor con el rumor de la lluvia detrás, busco el suéter que combine con la dichosa franela vinotinto y los zapatos rojos, no para combatir este frío delicioso de la lluvia a las seis de la mañana, sino la maldad tecnológica del aire acondicionado. Bolso y despedida de por medio, salgo por la puerta, decidido completamente a contrastar la cara de arrechera (porque sí, porque hay que meter una grosería) de todo el mundo que "sufre" bajo la lluvia, con mi sonrisa de disfrutar esta lluvia hasta el final, hasta que me la dañe el sol de las diez de la mañana.
Es que no hay nada mejor que una lluvia de madrugada. Es algo muy Chopinesque, algo definitivamente e ineludiblemente especial. Algo que hace que la gente te vea raro cuando dices "Está lloviendo, vamos a caminar".
lunes, 26 de marzo de 2007
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2 comentarios:
No pudiste describirlo mejor!
Que divina una lluvia de madrugada... como la de anoche!
Mi primer comentario para tú blog! Hermoso, me hiciste reconciliar con la lluvia, esa que empezaba a detestar por causar tráfico infernal. Pero mi verdadera razón por la cual estoy molesta con la lluvia es por la cantidad de gente en este país a la que se le embarra la vida cuando cae una gota. Como si fuera culpa de ella no?
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